La piel del bebé es especialmente frágil ya que se encuentra en pleno desarrollo inmunológico
Constantemente nos adaptamos al paso del tiempo. Cambiamos la forma de vestir, la dieta o nuestras aficiones. Y como las necesidades no son las mismas a los cuatro que a los 40 años, modificar los cuidados en la salud en función de cada momento es fundamental para llegar a un envejecimiento saludable. Es cierto que los genes, en cierto modo, nos determinan. Sin embargo, el efecto de los genes del envejecimiento es menor que el que produce el estilo de vida y el medio ambiente.
Los estudios en gemelos han demostrado que la genética es responsable de aproximadamente el 25% de la longevidad, y los efectos causados durante los primeros años de vida tienen una influencia en un grado similar. En consecuencia, la buena noticia es que la longevidad depende en gran medida de factores modificables. No fumar, tener un alto grado de higiene personal, conseguir el bienestar emocional, llevar una vida activa con un alto grado de actividad física, no sobrepasar la exposición al sol para evitar el cáncer de piel y seguir una dieta mediterránea son la clave para un envejecimiento saludable. La piel es nuestra carta de presentación, porque en ella se van depositando los años en forma de arrugas, manchas o flacidez, entre otras consecuencias. Envejecemos como vivimos y, como dijo Pitágoras, una bella vejez es el resultado de una bella vida.
Durante la infancia la mayor atención en el cuidado de la piel se centra en los recién nacidos. La piel del bebé es especialmente frágil ya que hasta aproximadamente los ocho o nueve años no acaba de madurar. “La capa superficial es más fina que la del adulto y se encuentra en pleno desarrollo inmurológico, por lo que es más vulnerable frente a microorganismos patógenos”, explica Eulalia Baselga, jefe clínico de la unidad de dermatología pediátrica del hospital de Sant Pau de Barcelona y directora médica de la Clínica Dermik. Por ello es importante no exponer a los más pequeños a agentes químicos, conservantes y perfumes. “No se puede utilizar cualquier jabón, debe respetar el PH neutro de la piel del bebé, que se va haciendo más ácido progresivamente. Un PH alcalino favorece las infecciones y el deterioro de la barrera cutánea”, alerta Baselga.
En cuanto a la higiene corporal, Baselga recuerda que a un bebé se le puede bañar cada día si se hace correctamente. “El momento del baño tiene beneficios no sólo a nivel físico, sino también emocional. Se crean unos lazos muy especiales que refuerzan la relación”. El primer lugar, el agua demasiado caliente puede ser dañina ya que reseca la piel y los jabones deben ser de PH neutro y suave, para evitar secar o irritar la piel. En cuanto a las esponjas, esta especialista recomienda no abusar de ellas. “No hay necesidad de restregar la piel porque el bebé no acumula suciedad”. Además, hay que tener especial cuidado en su mantenimiento porque con frecuencia se quedan húmedas y se sobreinfectan. Para ello existe la opción de utilizar esponjas desechables. En cualquier caso, cuando se utilicen se debe optar por esponjas suaves. Tras el baño, es muy importante aplicar crema hidratante, ya que un bebé tiene una mayor necesidad de hidratación cutánea. La secreción de grasa es reducida a esa edad, lo que implica un déficit en la lubricación de la epidermis y en la película hidrolipídica protectora de la piel.
La zona del pañal requiere un cuidado especial. Aunque en los últimos años los pañales han mejorado mucho, el contacto continuado con las heces y la orina aumenta el riesgo de infección por cándidas y bacterias, presentes en el tubo digestivo de cualquier persona. “Es importante cambiar el pañal en cuanto esté sucio para disminuir el riesgo y posteriormente realizar una limpieza no agresiva de la zona”, apunta Eulalia Baselga. Es recomendable que las toallitas sean hipoalergénicas
A partir de los dos años la pauta esencial pasa por una correcta protección solar. “A estas edades ya empiezan a exponerse muchas horas al sol, por ello es esencial utilizar filtros adecuados y evitar la exposición en las horas de mayor radiación ultravioleta”, recuerda. Y es que en la edad adulta se reflejará el sol acumulado durante la infancia en forma de envejecimiento precoz, manchas o, en el peor de los casos, cáncer de piel. Otro aspecto importante es que a esta edad, en la que ya están desarrollando su sistema inmune, los niños tienen un mayor contacto con virus y bacterias. Las verrugas víricas y los hongos son lesiones frecuentes en la infancia, sobre todo en la zona de los pies. “Para evitar el contagio es importante no descalzarse en gimnasios, piscinas o áreas comunes y no mantener zonas húmedas, como puede ser entre los dedos del pie”, recomienda esta dermatóloga. La hidratación en esta etapa no es tan importante, y no es necesario aplicar hidratante a no ser que tenga indicaciones específicas, como piel atópica.
La atopia, cada vez más presente
C.Q. La piel atópica es cada vez más frecuente, especialmente en niños a partir de los dos años, momento de máxima prevalencia. Pero la mayoría acaban mejorando con la edad. De hecho, sólo el 30% de estos niños tiene atopia de adultos. En algunos casos se trata simplemente de un brote puntual, por el estrés principalmente. La piel atópica se caracteriza por presentar inflamación y enrojecimiento en determinadas zonas del cuerpo, principalmente en los pliegues de las extremidades. Lo más importante es reparar la barrera cutánea. Es una piel más sensible a las agresiones externas. “El roce de una etiqueta, sudar demasiado, el frío, el cloro, los baños de agua caliente… Situaciones que en un niño con una piel normal no suponen ningún problema, pueden suponer agresiones en niños con atopia”, asegura Eulalia Baselga, jefe clínico de la unidad de dermatología pediátrica del hospital de Sant Pau de Barcelona. Su picor resulta casi insoportable, pero no rascarse es una de las pautas básicas del tratamiento, por el riesgo de infección que conlleva. Para ello las compresas húmedas y los antihistamínicos son de gran ayuda.
La piel atópica tiene un importante componente genético y familiar. Pero, a pesar de esta predisposición, son los factores ambientales los que desencadenan los brotes. El uso en exceso del jabón, los climas fríos y secos o el número de infecciones gastrointestinales durante la primera infancia pueden determinar su aparición. En cualquier caso, Eulalia Baselga, explica que la piel aprende a suplir este defecto genético. “No quiere decir que ante determinados estímulos les pueda volver a aparecer, porque la predisposición sí es para siempre”. Asimismo, la atopia puede desencadenar reacciones alérgicas. “Los niños atópicos presentan una mayor incidencia de alergia al polvo y a los animales, por ejemplo”, añade esta especialista.
Esta dermatitis se agrava con el uso continuado de jabones y otros productos cosméticos. El tratamiento variará en función de la edad, la gravedad y la localización. “Para prevenir el brote hay que restaurar la piel, es esencial una buena hidratación y evitar el uso de jabones con perfumes”, señala Baselga. Algunos productos de uso oral o tópico a base de ceramidas pueden ser un buen complemento al tratamiento para hidratar y calmar la piel. Estos lípidos son sintetizados por el propio organismo y ayudan a mantener la barrera lipídica que la protege. Los corticoides tópicos y los fármacos de inhibidores de la calcineurina son las dos vías más comunes para controlar el eccema atópico y, para casos severos, los fármacos inmunosupresores.