Mientras las primeras pueden ser temporales, las segundas son de por vida.

Las alergias alimentarias son menos conocidas pero pueden condicionar igualmente la vida de muchas personas. Los años han demostrado que la genética es un hecho determinante en esta enfermedad. Cuando hablamos de alergias inmediatamente pensamos en las típicas que sobrevienen en primavera y afectan a las vías respiratorias. Sin embargo las enfermedades de este tipo vinculadas a las alimentaciones no por poco conocidas son menos importantes. La principal diferencia con las intolerancias reside en sus efectos y su permanencia, ya que la alergia puede desaparecer.

El 25% de la población española presenta algún tipo de enfermedad alérgica, especialmente rinitis, que afecta entre el 20 y el 25% de esta cifra, y asma, de un cinco a un 10%.  Además, según la Sociedad Española de Alergología (SEAIC), el 70% de los pacientes presenta síntomas durante más de tres meses al año. La alergia se puede mostrar de diferentes maneras, pero la más frecuente es la rinoconjuntivitis, picor de ojos y nariz. La reacción también puede ser cutánea, con dermatitis atópica o urticarias, por ejemplo, o digestiva con vómitos o diarreas. También está la anafilaxia, el máximo exponente de la enfermedad alérgica. Esta última es la consecuencia más grave porque afecta a más de un órgano y puede llegar a un shock anafiláctico, que puede ser mortal.

Si nos centramos en la alimentación hay que diferenciar intolerancia de alergia. Aunque a veces se puedan confundir, no tienen nada que ver. Las alergias provocan síntomas más inmediatos tras la ingesta del alimento, la urticaria aguda o los vómitos son los más frecuentes. Las intolerancias suelen provocar diarreas en la mayoría de casos. Es importante conocer qué alimentos causan alergia y evitarlos a toda costa. “En ocasiones, la reacción alérgica no se manifiesta después de la primera ingesta del alimento y es necesario el contacto en varias ocasiones para que el organismo sea capaz de llegar a un umbral de respuesta inmune suficiente para desencadenar la respuesta alérgica. Una vez se ha desarrollado,  las exposiciones sucesivas a dicho alimento pueden dar lugar a reacciones más intensas”, aclara Ana María Plaza, jefe de la sección de alergia e inmunología clínica del Hospital Sant Joan de Déu. Esto explica que una persona que, por ejemplo, lleve comiendo cacahuetes toda la vida, de repente, el organismo deje de tolerarlos más. Es la gota que colma el vaso, porque la alergia es acumulativa, es decir, va multiplicándose a medida que se repite la ingesta. “La herencia genética es el factor más importante. Las familias con un condicionante positivo están más predispuestas a desarrollar esta enfermedad”, añade.

En cambio algunas alergias a los alimentos, especialmente la de los lactantes a la leche o al huevo, pueden desaparecer con los años. No es raro que un niño menor de cinco años tenga alergia a la leche y, tras superar esa edad, su organismo empiece a aceptar el alimento. Sin embargo una intolerancia, si es debida a una deficiencia enzimática, es para siempre. “Se aconseja lactancia materna exclusiva como mínimo durante los primeros de cuatro a seis meses, esto hace que el sistema inmune sea más maduro”, sugiere esta experta.

El mal etiquetado de los productos es una queja habitual de los consumidores. El fabricante no está obligado a poner ciertas cantidades mínimas en los ingredientes de la etiqueta informativa, pero, sin embargo, estas pequeñas trazas pueden ser perjudiciales para el consumidor. Desde hace unos años existen en el mercado varios test de intolerancia alimentaria cuyos resultados no han sido homologados, en la mayor parte de los casos, por la comunidad médica. Los expertos recomiendan recabar consejo del especialista antes de someterse a estas pruebas

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