Es la anemia más frecuente, debido a un descenso de la hemoglobina por déficit de hierro, causado por un desequilibrio entre la ingesta y el aumento de necesidades o pérdidas. Su origen puede ser fisiológico (aporte insuficiente, pérdidas menstruales o necesidades aumentadas en embarazo y lactancia) o patológico (causas ginecológicas, digestivas, malabsorción, urinarias o infecciones). Aunque los síntomas dependerán de la intensidad e instauración de la anemia, los más frecuentes son: debilidad, cansancio, palidez, falta de concentración, irritabilidad, ahogo, caída del cabello, fragilidad de las uñas, palpitaciones o mareo. El diagnóstico se realiza mediante una historia clínica y una exploración física completa, un análisis de sangre (hemograma, sideremia y ferritina) y el examen de heces (para descartar un sangrado digestivo). En mujeres en edad fértil habrá que descartar el sangrado ginecológico y, en casos específicos, se harán otras pruebas diagnósticas para encontrar la causa de la anemia. Para su tratamiento, además de tratar la causa, se recomienda una dieta con alimentos ricos en hierro, así como suplementos de hierro por vía oral, y en algunos casos por vía endovenosa. Mª Antonia Coll Bosch Lluís Asmarats Mercadal Medicina Interna

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